Ello les ocasiona un sinfín de problemas: sufren los severos daños de los incendios; se reducen las lluvias y se amplían los meses de sequía; el agua merma en sus fuentes, producto de interrupciones del flujo que hacen las haciendas vecinas; revelan impactos en su salud y en la seca de sus cultivos y árboles frutales por las fumigaciones con agrotóxicos que realizan sus vecinos, sin darles información alguna. Se advierte que su seguridad alimentaria está en riesgo porque, además, los animalitos silvestres se comen sus cultivos, pues la violenta deforestación de las haciendas los ha expulsado a las islas de bosque que la comunidad ha protegido.
Peñas Altas es un vivo ejemplo de lo que el agroextractivismo boliviano ha disparado en estos 18 años durante el régimen del MAS. El llamado “modelo cruceño de desarrollo” es uno de los puntales en el modelo económico promovido por el MAS y por los sectores de la “agroindustria” cruceña, además de menonitas y de colonos denominados “interculturales”, favorecidos con dotaciones de tierras, para asentamientos y para la mercantilización. Más allá de los supuestos éxitos productivos de este modelo, están las evidencias de una tremenda devastación que está ahogando a las comunidades indígenas y las está forzando a emigrar o a ser absorbidas para el peonaje hacendal.
Ahora que es evidente la aguda crisis económica en Bolivia —una crisis terminal, que amenaza un colapso evidenciado ya con la escasez de combustibles y de dólares— Peñas Altas plantea algunas importantes preguntas:
¿Cómo es que el resultado de un supuesto “modelo exitoso de desarrollo” termina en un nuevo episodio de crisis económica?
¿Para salir de esa crisis, es acaso mínimamente racional seguir apostando a ese modelo devastador del medioambiente, origen de un cúmulo de violencias y violaciones a derechos de las comunidades locales?
Peñas Altas es un desafío a pensar salidas a la crisis más allá del agroextractivismo que mercantiliza la naturaleza al mismo ritmo que la devasta, y con ella a las comunidades locales.